Mick Fowler

Conozcamos algo más a uno de los alpinistas más brillantes de la actualidad, fiel defensor del estilo británico y gran impulsor de la escalada técnica en altura.

Cuando uno piensa en un inspector de hacienda, se le viene a la cabeza un tipo meticuloso, bajito, aburrido y algo huraño. Un ser que vive entre papeles y oficinas, con la calculadora en la mano y las gafas a media altura de la nariz. No se nos ocurriría pensar que el tipo que nos hace las auditorias y nos dice que nos falta el formulario 22-b es en realidad uno de los alpinistas más brillantes del momento. Un tipo recio, curtido en las paredes de montañas de nombres impronunciables Pero así es.
Mick Fowler, nacido en Londres en 1956, es inspector de hacienda, y es un alpinista de los que seguramente se seguirá hablando dentro de muchos años. A pesar de no cumplir los estándares de tipo bohemio, con oficio indeterminado y de carácter desordenado.
Ha ganado el Piolet de Oro, el Golden Piton y hasta Chris Bonington lo describe como «el alpinista más innovador y exitoso de los últimos 20 años»
El joven Mick se inició en los Alpes a la temprana edad de 13 años; y a partir de entonces, los viajes constantes a Escocia marcaron su estilo y ética de escalada. Dichos viajes se convirtieron en casi una obsesión, una forma de vida. Su record particular era de 11 fines de semana seguidos. No está mal teniendo en cuenta los más de 2.000 kilómetros de viaje. En los Alpes, como no podía ser de otra manera, escaló la norte del Eiger, el espolón Walker, El colouir Dru, la norte del Cervino, el Pilar del Freney, la Cima Oveste, el Piz Badile, y el Espolón Cruz.
Fowler se ha especializado en rutas nuevas y de compromiso a montañas inescaladas de 6.000 y 7.000 metros. Ahí es donde encuentra la verdadera esencia del alpinismo de exploración, y ahí es precisamente donde Fowler se encuentra cómodo. Se dice que nunca lleva spits en su mochila, y que por tanto su estilo es verdaderamente puro, y fiel a la tradición británica.
En 1982 comenzaba una manera de hacer montaña que se mantendría hasta nuestros días. Ese año viajaba al Talliraju, de 5.830 metros en la Cordillera Blanca del Peru. Junto con Chris Watts abría una nueva vía en la cara sur. En la década de los ochenta realizó numerosas ascensiones e intentos en montañas de hasta 7000 metros. Sería en el 87 cuando junto con Victor Saunders escalaría el Golden Pillar del Spantik (7027 metros), en el Karakorum.
Con esta ascensión se empezó a reivindicar el alpinismo de dificultad en altura huyendo de los masificados y «normalizados» ochomiles. Cuando miles de personas hacen colas por subir ochomiles por las vías normales, unos pocos mantienen el espíritu de exploración subiendo montañas que nadie ha subido nunca hasta ese momento.
En la década de los 90, lleva a cabo numerosas ascensiones a montañas de 6.000 metros en el Himalaya y Karakorum, y en los Andes, como por ejemplo la norte del Changabang, de 6864 metros, la primera al Tawoche (6.542 metros, ED), o intentos a la oeste del Siula Chico en Peru junto con Simon Yates.
El cambio de siglo le llevó a la Torre Arwa, en el Himalaya del Garhwall, o a la North Buttress del Monte Kennedy, en Alaska.(primera en estilo alpino con Andy Cave)
En estos últimos años, Mick ha descubierto las montañas perdidas de China, aunque tampoco se olvida de los sietemiles del Himalaya.
Sus últimas expediciones han sido a la zona de Siuchan, en China, y al Manamcho y Kajakiao en el Tibet (ambas primeras ascensiones)
Aunque ha reducido el ritmo (la edad y los compromisos familiares no perdonan) se reserva una o dos expediciones al año, en las que hace actividad de altísimo nivel y compromiso, que le sigue manteniendo en la élite.
No sabemos si por desgracia o por fortuna, las montañas que escala Mick Fowler no son mediáticas, y muchas veces ni siquiera son conocidas. Por eso su relación con el lado comercial de la montaña no es tan intensa como los que compiten en la carrera de los ochomiles, por ejemplo. Aspecto que no le interesa lo más mínimo, dicho sea de paso.
A pesar de no ser alpinista profesional, es capaz de compatibilizar los escasos periodos vacacionales de un trabajador normal y corriente, las responsabilidades familiares y su pasión por escalar montañas lejanas.
Hablando de estilo y ética, Fowler tiene una teoría muy elocuente:
«Si para subir una montaña o una pared, es necesario utilizar técnicas agresivas, como perforar, o el uso excesivo de técnicas artificiales y de asedio, no la subamos, dejémosla para las siguientes generaciones. No pasa nada por admitir que no se puede subir una montaña»
Ah!, Alguno podría pensar que lo de ser inspector de hacienda es solo un trabajo aburrido y tedioso que le permite ahorrar dinero para sus expediciones. Pero no; es que además, parece que al tío le gusta su trabajo…Están locos estos alpinistas!

Publicaciones Similares